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Le Coin Inconnu

Justo cuando decidió cambiarse de la carrera de Ciencias Químicas a la de Pedagogía (2003) se reencontró con los Darras, una familia amiga a los que conoció 10 años atrás, en la época en que compartían calle en una urbanización de Torrelodones.

 

Los Darras habían regresado de su viaje por Francia encontrando residencia en Molino de la Hoz, una urbanización de Las Rozas en Madrid.

Es importante lo de la amistad porque lo que sucedió en aquella casa fue un re-nacimiento para todos y uno sólo puede re-inventarse cuando siente confianza y amor incondicional.

 

Hubo un crack, un dolor insalvable que obligó a Julián a buscar cobijo en un lugar donde no le preguntasen qué le pasaba.

Hasta entonces, la guitarra y la voz, para él no eran más que acompañantes que, inocente y almáticamente, espolvoreaban sus inquietudes y dolores infantiles. Unas compañeras privadas con las que dialogaba en su habitación.

 

Llegó a casa de los Darras con su guitarra. Allí le esperaban los hermanos Carlos, Gonzalo y Ninet. Lo que comenzó siendo una reunión de amigos terminó convirtiéndose en una especie de purgatorio o confesionario. Julián comenzó a improvisar cantando lo que le sucedía adentro mientras Carlos pintaba y Ninet y Gonzalo escribían o hacían manualidades. Todos improvisaban desde lo que tenían en su interior.

 

 

Los encuentros comenzaron a ser habituales, sobre todo entre Carlos y Julián, quienes quedaban religiosamente todos los fines de semana para "Crear Aladurías". Se encerraban en un cuarto, ponían luz tenue, conectaban micrófonos y comenzaban a grabar. No había guión alguno, simplemente pasaban las horas cantado improvisadamente. Con el paso del tiempo, aquellas muestras espontáneas y esa hermandad entre amigos, terminaría siendo el motor de sus quijotadas pedagógicas y musicales.

 

La experiencia fue creciendo con los meses hasta llegar a ser más de 20 personas en aquella casa, a la que bautizaron como "Le Coin Inconnu". Comenzamos a sentir como ese tipo de rueniones y de encuentros era más enriquecedores que otro tipo de ocio, más relacionado con los bares de copas. 

 

Todo el que se unía al grupo iba a transformar algo: unos pintaban, otros escribían, otros hacían manualidades, otros cantaban...

No importaba nada más que crear una acción poética. Sólo se reunían para transformar, para intentar dar explicación y verbo a lo que les pasaba dentro y no sabían cómo comunicar. Todo esto sucedió cuando Julián tenía 23 años. La experiencia vivió durante 2 años, hasta el momento en que los Darras se mudaron de hogar.

 

Su vida presente contiene toda la frescura y la esencia de lo que vivió durante aquel periodo. Su manera de componer canciones (siempre improvisadas y con grabadora) o su manera de escribir (también siempre espontánea), son las que sigue usando y enseñando en la actualidad. Estos aprendizajes son los que fundamentalmente usa y con los que vive. Sostiene que la esencia del arte es lo que allí sucede; la energía de personas comprometidas con una creación conjunta, enamoradas de lo que el presente desvela y desinteresadas del resultado.

 

De aquella vivencia salió con una frase que permanece grabada en su corazón desde entonces: Prefiero valentía antes que la perfección.

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